«LA NOVIA DE SERÓN»

Vigente.

Artículo de Opinión de Francisco Javier Fernández Espinosa

Serón

Viernes, 9 octubre 2020

Cuando de niños escuchábamos las historias que nuestros mayores intentaban transmitirnos como legado, es legítimo confesar que casi nunca se sabía dónde empezaba la ficción y dónde habíamos de encontrar el rigor de la historia. Las grandes dosis de romanticismo con las que son adornadas las leyendas humildes, sirven como pan de oro en el revestimiento de materiales modestos, cuando parece que lo único importante es servirse de trucos con los que intentar despertar nuestro interés. De las muchas horas que pasé escuchando a mi abuelo contar historias, y que tanto añoro, la Novia de Serón, que viajaba con destino a Baza para casarse con el Alcaide, despertó mi curiosidad posterior, dudando muchas veces sobre la veracidad del relato, hasta que comencé a indagar en ella, también como símbolo de mis raíces. Que el raptor entregase a la bella cautiva de nuevo a su padre y que ésta le obsequiase con un valioso colgante y una fabulosa cabezada de mula, parece extraído de uno de los famosos «Cuentos de la Alhambra».

 

No es fácil encontrar un relato tan maravilloso, donde todos los protagonistas tuvieron un desenlace feliz, a pesar de que hablamos de un encuentro de guerra. Tiene la particularidad de que abarca tres territorios diferentes, estando involucradas las provincias de Granada, Almería y Murcia. La guerra contra el Reino de Granada era motivo de continuas batallas y escaramuzas. El ímpetu reconquistador de la Corona de Castilla servía de estimulante acicate a quienes buscaban honor y fortuna, antecediendo sus propios intereses a los de la reunificación política y religiosa de los territorios de la península ibérica, donde el reino nazarí vivía sus últimos años tras siglos de esplendor.

 

La historia atribuye a los adelantados lorquinos el episodio conocido como la Novia de Serón, acaecido en el año 1440 según los datos aportados por las transcripciones fidedignas de los manuscritos de Pérez de Hita, realizadas por el Padre Morote, aunque investigaciones realizadas por Joaquín Espín Rael datan el hecho histórico en 1478, sirviéndose del testimonio de Juan Matheos de San Pedro. Según se desprende de las aseveraciones de Pérez de Hita, la confrontación entre los Cuarenta de Lorca y el séquito que escoltaba a la hija del Alcaide de Serón hacia Baza y la patrulla que acudió a su rescate más tarde, sucedió seis años antes de la entrada de Aben Osmin en la Hoya de Baza, con la toma de Benamaurel, donde se da por cierta la muerte de D. Diego López de Guevara, quien capitaneó a los Cuarenta.

 

Aunque la vuelta a Lorca de la expedición no gozó de reconocimientos por parte del Alcaide, al no contar con la aprobación de la autoridad de la ciudad, si fue de gran regocijo el hecho de que retornaran con vida y con un importante acopio de ganado, cautivos y otras prebendas. El acontecimiento se convirtió en leyenda desde el mismo primer relato de Pérez de Hita, persistiendo en el tiempo y en la memoria de gentes que insistían en rememorar la antigua cruzada, como D. Lope Gisbert, quien con el romance «La Hazaña de los Cuarenta» fue premiado en los Juegos Florales celebrados en Murcia en 1875. Pero fue Juan López Barnés quien pudo contribuir de una forma más decisoria a su propagación, tanto culta como popular, al tratarse de un tema de extraordinario valor para los románticos, por lo que realiza una adaptación dramática de la historia y el 23 de noviembre de 1890 «La Novia de Serón» llega al teatro y es representada en Lorca.

 

El resto de artes no fueron ajenas a la leyenda. En el renacimiento, el pintor Alonso de Monreal se sirvió de la heroica aventura para plasmar una obra conmemorativa en 1625, al igual que haría en el barroco Miguel Muñoz de Córdoba, con un cuadro firmado entre 1722 – 1723, que actualmente se expone en el Excelentísimo Ayuntamiento de Lorca. Sobre el robo de la novia de Serón también se realizó una interpretación al fresco en el crucero del santuario de la Virgen de las Huertas, que tiene su origen en una ermita-iglesia de origen medieval del S.XV.

 

Pero hablemos de la cabezada que regaló la hija del Alcaide de Serón a su raptor cristiano. En el Centro de Historia «Juan Torreblanca» de Serón, la escaramuza del rapto y posterior entrega de la Novia, ocupa uno de los frontales temáticos en los que se desglosa el discurso expositivo del Centro. Hay una reproducción fotográfica de la histórica cabezada con la que fue obsequiado D. Diego, la cual pasó a formar parte de los lujosos aparejos de montura de la mismísima reina Isabel La Católica, tal y como queda contrastado en el inventario «Cosas de Oro» de «Inventarios de la Reyna Católica, 1504». De esta fantástica cabezada se conserva un fragmento en el Museo Arqueológico Nacional, realizado en cuero, seda e hilo de plata, ejecutada con técnica de fundición y esmalte, donación de Pedro Navarro en abril de 1889. El resto del conjunto de la cabezada, era conservado de forma privada por una familia lorquina, encontrándose desaparecida desde 1934. Gracias a las fotografías depositadas en el Fondo Cultural Espín, podemos acceder a la composición original de la cabezada, lo que ha servido de documento de referencia para su estudio y análisis. Es probable que el conjunto se dividiese en elementos independientes para obtener piezas ornamentales de uso personal.

 

La notoriedad y orgullo que proporcionaba el hecho histórico de «La Novia de Serón» como símbolo de hidalguía y bravura, fue utilizado posteriormente por el Presidente de la Regencia del Reino de España, D. Joaquín Mosquera y Figueroa en 1812, quien redactó una serie de «Proclamas de la Regencia» desde Cádiz, para alertar a los territorios españoles y movilizar a sus gentes ante la invasión de Napoleón, persiguiendo la fidelidad hacia Fernando VII evocando el espíritu de los Cuarenta.

 

La creación del Centro de Historia «Juan Torreblanca» de Serón es una perfecta excusa para que el vasto pasado de Serón y el Almanzora sea divulgado y puesto en valor en estos tiempos de crisis humanista e indiferencia a los valores locales.

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